Madre de Dios
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Cuando la Iglesia olvida a la madre …

minutos de lectura | Bernhard Meuser

¿Qué es eso?

Llamar a María, una mujer sencilla de Galilea, “Madre de Dios” o “cuidadora de Dios” (del griego Theotokos) ha sido y sigue siendo un tema de controversia. Después del año 200, aparece por primera vez el término “Madre de Dios” en una oración que se sigue realizando en la actualidad: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios…”. Gregorio Nancianceno escribió alrededor del año 382: “Si alguien no reconoce a Santa María como la madre de Dios, está separado de Dios. En YOUCAT 82 dice: “Cuando la cristiandad primitiva discutía quién era Jesús, el título Theotokos (¨madre de Dios¨) se convirtió en el signo de la identidad de la interpretación ortodoxa de la Sagrada Escritura: María no sólo había dado a luz a un hombre, que después de su nacimiento se hubiera ¨convertido¨ en un Dios, sino que ya en su seno su hijo es el verdadero Hijo de Dios. En esta cuestión no se trata en primer lugar de María, sino de nuevo, la cuestión de si Jesús es a un mismo tiempo, verdadero Dios y verdadero hombre”. En el año 431, el Concilio de Éfeso presentó esta enseñanza como obligatoria para todos los creyentes.

¿Qué dice la Biblia?

Muchas veces en el Nuevo Testamento, María es mencionada como la madre de Jesús, pero únicamente en un lugar, su maternidad es relacionada con la intervención divina, concretamente en Mt 1,18: “Así es como se produjo el nacimiento de Jesus. María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.” Por medio del nacimiento de la Virgen (cf. Is 7,14), Dios quiso que “Jesucristo tuviera una verdadera madre humana, pero solo a Dios como Padre, porque quería establecer un nuevo comienzo, que no se debiera a ninguna fuerza del mundo, sino únicamente a Él” (YOUCAT 80).

La pequeña catequesis YOUCAT.

Cuando la Iglesia olvida a la madre …

El feminismo radical, que afortunadamente ya no llega a tantas mujeres jóvenes, tiene una imagen enemiga: la madre. Como mujer debes ser llamada a todo -a ser ejecutiva, a ser jugadora profesional de rugby, a ser piloto- todo menos convertirse en mamá, en ser madre. Basta con leer a Simone de Beauvoir (1908-1986), la “madre del feminismo”, para seguir sin entender cómo una mujer puede tener la absurda idea de liberarse de su propia naturaleza. Mujeres, escribió, deben escapar de la “esclavitud de la maternidad”; el bebé en el vientre de la madre parece ser para ella un “parásito”. Simone de Beauvoir abortó dos veces y en su salón en París estableció una clínica de abortos. El filósofo Robert Spaemann una vez opinó: “Emanciparse de nuestra propia naturaleza solo puede significar la liberación de nosotros mismos”. Quienes no son seguidoras de esta mujer se hacen escuchar fuertemente cada año al margen de las manifestaciones que luchan por el derecho a la vida de los niños no nacidos cuando gritan: “Si María hubiera abortado, nosotros no hubiéramos sido salvados por Jesús”.

La unión simbiótica más grande entre dos seres humanos es cuando un humano viene al mundo al haber madurado en el vientre de otro ser humano. Probablemente en cada mujer que lo haya experimentado en algún momento, hay una experiencia profunda: aunque desde el primer minuto de la fertilización está más que claro que el ser que se esconde en las profundidades de su abdomen -es mi carne y, sin embargo, no es mi carne- una mujer necesita mucho tiempo para alcanzar y entender ese misterio con su corazón y con su mente. Y también el niño necesita cierto tiempo, a veces toda la vida, para entender que no “es” su madre.

Jesucristo tuvo una madre

Que un Dios haya entrado precisamente en este misterio, es parte de lo que da al cristianismo el sabor de la verdad. Por medio del mensaje del ángel, crece en una muchacha galilea de unos 14 o 15 años, que siente cómo crece en su tejido celular- como carne de su carne. Y aún así, no es simplemente un otro, sino el mismismo Otro: Dios.

María se sintió completamente unida con su hijo, con Jesús, pero antes incluso de la no-unidad. Unos sencillos pastores llamaron su atención cuando profetizaron lo que el cielo lleno de ángeles había proclamado sobre su hijo “envuelto en pañales”: “Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor” (Lc 2,11). Se podría decir que todo esto es muy fuerte para el amor inocente de una madre por su bebé. Ella, como dice Lc 2,19 “María, guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón”.

Ciertamente, María era la persona que estaba más profundamente unida a Jesús, pero al mismo tiempo, tuvo que aprender que su niño no podía ser absorbido por la estructura y las rutinas de una familia terrenal tradicional. “Y le avisaron: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte. Él, en respuesta, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen.” (Lc 8,20). Sin embargo, ella, la madre- después de que todos los demás se habían ido- permanece bajo la Cruz, ella y Juan, el amigo fiel. La Pietá (La Piedad del Vaticano) de Miguel Ángel ha plasmado para siempre la piedad que sintió cuando el cuerpo de su Hijo fue colocado en su seno, para convocar de nuevo, en esta segunda concepción la simbiosis del principio. Simbiosis significa unidad sin fisuras. Y este es precisamente el mensaje, la unidad entre madre e hijo no puede separarse, ni siquiera por la muere del hijo en sus brazos. Si no viéramos el amanecer de la resurrección detrás de la Pietá, sería la obra más sombría de mundo. Madre e hijo estarían separados para siempre.

La Iglesia es mi madre

Desde la Cruz, Jesús forma una nueva familia. A su discípulo amado, le dice, “Juan, ahí tienes a tu madre” y a María le dice: “Mujer, aquí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27). "El segundo mandato, que Jesús dio a Juan desde la Cruz, de acuerdo con YOUCAT 85: Siempre se ha entendido en la iglesia que Jesús confiaba toda la Iglesia a María. De este modo María es también nuestra madre. Podemos invocarla y pedir su intercesión ante Dios”.

Jesús mismo transfiere esa unión simbiótica que tenía con María cuando “fue carne” “de la Virgen María” a la Iglesia. (cf. Nicene Creed). Como María, la Iglesia no es Jesús. Pero, así como Jesús no se hubiera hecho hombre sin la sencilla mujer, María; Jesús no se hace presente corporalmente en el mundo de hoy sin la Iglesia. Es cierto que Dios puede trabajar más allá de la Iglesia, pero ante todo, Él nos la ha dado a nosotros como Madre. "Cuanto más vive la Iglesia a imagen de María, más maternal se vuelve, es más posible nacer de nuevo de Dios en ella, hacer una reconciliación", palabras del prior de Taizé, el hermano Roger Schutz. Hans Urs von Balthasar, el gran teólogo del siglo pasado, habló del principio Mariano, que significa que la intensidad sin límites de la relación entre Jesús y María abre un espacio tan grande como la Iglesia entera. Todo lo que es vida y amor en la Iglesia es vida y amor, todo lo que sucede al espíritu de escucha y recepción de amor acompañando a Jesús hasta debajo de la cruz, cabe entre María y Jesús, sucede allí. “Presiona las heridas de tu Hijo, en mi corazón, como tú misma las sentiste, Santa Madre” dice la famosa canción “Stabat Mother”. Eso es ser un cristiano. Es el inicio del discipulado.

Cuando la Iglesia olvida a la madre…

Cuando la Iglesia olvida a María (y con eso, al amor), se vuelve fea y fría. Y de hecho, Hans Urs von Balthasar tuvo que afirmar en 1971 lo que se ha multiplicado epidémicamente desde entonces. Lya Iglesia “ha perdido en gran medida muchos aspectos místicos; es una iglesia de permanentes conversaciones, organizaciones, consejerías, asesorías, congresos, sínodos, comisiones, academias, partidos, de grupos de presión, estructuras y reestructuras, experimentos sociológicos, estadísticas: más que nada una iglesia masculina y menos una entidad sin género en la que las mujeres conquistarán su lugar en la medida en la que ellas mismas estén dispuestas a hacerlo”. En su corazón, la Iglesia es femenina y maternal, y no debemos enviar a nuestra “madre” al asilo, como si fuera la iglesia de ayer y como si estuviéramos en proceso de reinventarla. “La Iglesia”, confesó otro gran teólogo del siglo pasado, Henri de Lubac, “es mi madre porque ella me da vida. Lo es porque constantemente me mantiene vivo y me guía…. me guía cada vez más profundamente en esta vida”. ∎