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Sacramento del matrimonio

Amor para siempre. ¿Para siempre? ¿Fiel en la prosperidad y en la adversidad? ¿Hasta la muerte? Un riesgo demasiado grande para correr. ¡Y sin embargo! La institución del matrimonio es y sigue siendo de importancia fundamental. Es tan importante que Jesús incluso elevó el matrimonio a sacramento.

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El hombre y la mujer son imagen de Dios.

“Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.” (Génesis 1:27)
¿Qué significa exactamente que Dios creó al hombre y a la mujer «a su imagen»? ¿Y qué consecuencias tiene eso para el ser humano? Dios ha dotado al hombre y a la mujer de la misma dignidad y, sin embargo, les ha confiado vocaciones fundamentalmente distintas. Se complementan mutuamente. La Biblia dice que el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro. Dios no quería que Adán se quedara solo. En el Génesis leemos que, por eso, le dio una compañera. (Cf. Gén 2,18.22) Dios mismo es, pues, el autor del matrimonio. La unión conyugal corresponde a la naturaleza del hombre y de la mujer.

¿Cómo se realiza el sacramento del matrimonio?

El matrimonio es el único sacramento que los novios se confieren a sí mismos. Se realiza mediante una promesa del hombre y de la mujer hecha ante Dios y la Iglesia, que es aceptada y sellada por Dios. El matrimonio se consuma mediante la unión física de los esposos. Dado que es Dios mismo quién vincula el enlace del matrimonio sacramental, éste permanece vinculante hasta la muerte de uno de los dos contrayentes. (Cf. YOUCAT, p. 261-262)
Al dar su consentimiento, el hombre y la mujer expresan su libre voluntad de entregarse el uno al otro de manera definitiva y exclusiva. Los novios se prometen fidelidad para toda la vida e intercambian los anillos. El sacerdote o el diácono confirman el matrimonio e invocan la bendición de Dios sobre la pareja. El solamente es testigo de que el matrimonio se celebra en las condiciones adecuadas y de que la promesa se hace completa y en público. El matrimonio sólo es válido si el hombre y la mujer desean contraerlo libremente, sin temor ni coacción, y si no se lo impiden otros vínculos naturales o eclesiásticos, como un matrimonio existente o una promesa de celibato. Además, un matrimonio sacramental incluye la apertura a los hijos. Las parejas que no tienen hijos están llamadas por Dios a ser «fecundas» de otra manera. (Cf. YOUCAT, p. 261-262)

Indisolubilidad del matrimonio

Lo experimentamos con demasiada frecuencia: ¡No tengo amor! Y, sin embargo, ¡no tenemos por qué desanimarnos! Porque Dios es amor. Él es la fuente a la que puedes acudir cuando ya no sientes la fuerza del amor dentro de ti. Necesitas a Dios para poder amar de verdad. El amor de una pareja puede desvanecerse, pero también puede crecer y, a su manera, hacerse aún más profundo y hermoso que en la época del primer amor. Porque el amor es más que un sentimiento; es una decisión. “El amor no pasará jamás.”(1 Corintios 13,8)
Casarse por la Iglesia significa confiar más en la ayuda de Dios que en la reserva propia de amor. La indisolubilidad del matrimonio corresponde a la naturaleza del amor. Es un reflejo del amor y de la fidelidad incondicional de Jesús a su Iglesia. (cf. Ef 5, 25-32) El sacramento del matrimonio es para el hombre y la mujer una fuente de poder incomparable, que les permite comenzar de nuevo juntos una y otra vez. El matrimonio no es un juego que pueda cancelarse a voluntad cuando ya no se disfruta. Al contrario, el amor no se detiene ni siquiera cuando duele. Jesús nos mostró lo que significa amar. El verdadero amor está dispuesto a dar la vida por el otro. Esto no tiene por qué significar necesariamente la muerte física. Los esposos siempre dan la vida por el otro cuando están dispuestos a renunciar a sí mismos por amor al otro. En la vida cotidiana. Poco a poco y un poco más cada día. Un matrimonio así es un matrimonio bendecido y feliz.